27 abril 2018

Tortosa - Xàtiva (por El Maestrat) Etapa 1 de 7

Hace 4 años que no escribía en el blog, quizá he llevado demasiado lejos el tema de la procastinación. Tengo pendientes muchos viajes y aventuras, ya se me acumulan demasiados. Antes de que siga olvidando más detalles he de plasmarlos en este diario, para recordarlos cuando me fallen las neuronas.

Esta vez me gustaría que me acompañarais en uno de los viajes más físicamente exigentes que he hecho. Siete etapas como siete infiernos. Bueno quizá exagero, pero os juro que hubo momentos muy difíciles, absurdos, pero también épicos y divertidos.

No recuerdo cuándo ni cómo me dejé engañar por mi inseparable compañero de aventuras, Víctor Freire. En algún momento me presentó un proyecto precioso y sencillo que consistía en recorrer el Maestrazgo (El Maestrat), siguiendo los pasos de Jaume I, El Conquistador. La ruta empezaba en la Sènia y acababa en Valencia, tras recorrer los mas hermosos e históricos pueblos del Maestrat.
Víctor había estado leyendo en un blog toda la información de la ruta, etapas, desniveles, porcentaje de tramos ciclables etc.

Recuerdo que el día que me presentó la idea no me sedujo demasiado recorrer esas tierras, pero me dejé llevar y se me fue metiendo el cuerpo el gusanillo de la aventura. El tiempo pasó rápido, tampoco entrenamos o hicimos más salidas de lo normal para prepararlo. De hecho tampoco nos vimos demasiado en esos meses Víctor y yo. Tuve unos meses de vida personal bastante complicados, y sin darme cuenta el día que marcamos para la salida fue llegando y de repente ya estaba ahí.

Empecé mis vacaciones el día anterior a la partida. Durante la tarde lo preparé todo a conciencia. Revisé la bicicleta a fondo, llené las alforjas con la ropa, algo de comida, el camping gas, el saco, herramientas variadas, botiquín y todo lo necesario (y algunas cosas innecesarias) para emprender el viaje. Lo que me pasó más tarde no lo esperaba. Me fui a dormir y se me antojó imposible, pasaban los segundos, los minutos, las horas y no conseguía dormirme. Empezaron a picarme los pies y las manos, pensé que había sido víctima de las picadas de mosquitos, me rascaba con ganas y eso me quitaba el poco sueño que llegaba a conciliar. Me ponía cada vez más nervioso. De la cama pasé al sofá, me puse la tele a ver si me calmaba, pero el picor seguía. Cuando ya no aguanté mas vi que tenía unas ronchas pequeñas en las manos y decidí ir a urgencias. Eran casi las 02:00 de la mañana y al día siguiente debía madrugar bastante. Ya no recuerdo cuanto rato pasé en urgencias pero me recetaron unas pastillas para la alergia, cuando jamás he sido alérgico a nada. Fuera como fuese conseguí dormirme pasadas las 3, no sin antes añadir esas pastillas al botiquín que tenía preparado para el viaje.

El despertador sonó a las pocas horas, estaba muy embotado y la verdad no me apetecía lo más mínimo salir a pedalear, pero sabía que podría aprovechar para dormir en el tren que nos llevaría a Tortosa. Decidimos empezar desde la capital del Baix Ebre por que el tren nos dejaba allí y podríamos acabar de comprar algunas cosas que nos hacían falta.

Me encontré con Víctor en la plaza de los bomberos de Hospitalet y enseguida pedaleamos hasta la estación de Sants. Allí nos subimos al tren con destino Tortosa. Esta vez no teníamos que desmontar nada de las bicis y no tuvimos problemas con RENFE como casi siempre pasa cada vez que intentas juntar bicicleta y tren en este país. Durante el trayecto, que duró casi tres horas, tuve tiempo de dormir un poco más, tampoco demasiado, ahora la excitación de empezar una nueva ruta ya superaba mi sueño.

Cuando salimos de la estación fuimos directos a comprar algo de comida en un supermercado, revisar una última vez las bicicletas y creo que llegamos a pasar por Decathlon

Tras aprovisionarnos con lo que nos faltaba y acabar de llenar nuestras nutridas alforjas emprendimos la marcha en dirección a la Sènia. Cruzamos el Ebro por uno de los puentes que hay en Tortosa y fuimos buscando caminos que nos hicieran evitar la carretera comarcal, cosa que conseguimos durante los primeros kilómetros. Las pistas de tierra eran pedregosas pero amplias, lástima que tuviéramos que abandonarlas al poco de empezar a rodar.

La carretera comarcal estaba bien, era estrecha pero rara vez se cruzaban dos coches. Sobretodo encontramos mucho vehículo agrícola y pequeños camiones dedicados también a tareas del campo. Al fondo ya podíamos ver como se alzaban imponentes los montes del inicio del Maestrat, a nuestra derecha quedaban los puertos de las "fagedes".

 El día estaba despejado y el cielo era azul, aunque alguna nube solitaria nos hacía el favor de esconder el sol unos minutos. No tardamos en toparnos con nuestra primera subida del viaje. La que nos llevó hasta Mas de Barberans. No era demasiado desnivel, pero los comienzos siempre son duros y el calor y la hora de comer no nos ayudaban. Paramos a comer unos bocadillos y a descansar un poco. No habíamos pedaleado durante demasiados kilómetros pero hacía demasiado calor. Tras una breve pausa, en la que también pudimos admirar las bellísimas llanuras del delta del Ebro hasta dónde nos alcanzaba la vista, empezamos a bajar hasta la Sènia. Campos de olivos a derecha e izquierda nos acompañaron durante este tramo de la TV-3421, trabajadores de los campos durmiendo a la buena sombra de estos arboles mientras pedaleábamos a buen ritmo. En la Sènia volvimos a hacer una parada para "repostar" y hacernos unas fotos. Ya sabéis que nos gusta empezar como abuelos para poder acabar como jóvenes. Nos regalamos un refrescante granizado de fresa (o sandía) antes de reanudar definitivamente la marcha hasta el final de etapa. O por lo menos eso intentamos.

Tras salir de la Sènia la carretera empieza a tomar altura, para adentrarse de lleno en el Maestrat. Eran las cuatro de la tarde y el calor apretaba de lo lindo, por suerte los plataneros situados a ambos lados de la carretera nos facilitaban el duro ascenso.  A no muchos metros del pueblo encontramos uno de esos rincones mágicos que recuerdas siempre, que hacen de estos viajes algo especial. El lugar en cuestión se llama Font de Sant Pere. Es una pequeña piscina natural, rodeada de plataneros que daban una grande y buena sombra, con una gran roca en el centro desde la que se puede hasta saltar si la cantidad de agua lo permite. La piscina se encuentra a los pies de la Capilla de Sant Pere, de un restaurante y de un molino. Es un lugar dónde solo habitaba la calma y la paz de una tarde de verano.

Con el calor que hacía no me lo pensé dos veces, Víctor igual si, es muy friolero, tiene casi un 0% de grasa corporal y no gestiona bien la temperatura. Me quité el maillot y con culotte incluido me metí en el agua, trepé la roca y me volví a lanzar, esta vez desde las alturas. En la charca solo había una mujer mayor con su nieto, extranjeros, pero que habían dado con ese remanso de paz y tuvieron la misma idea. Víctor despojado de sus zapatillas metió las piernas en el agua, pero de ahí no pasó.

No fue un baño largo, pero si refrescante y nos vino muy bien. La carretera seguía subiendo, con desniveles ya más pronunciados. Siguiendo el río Cénia hasta llegar al pantano de Ulldecona. Lamentablemente estaba casi seco, pero eso no nos desanimo a fotografiarnos con el a la espalda.

Cinco kilómetros más de subida hasta llegar al desvío de la carretera que nos llevó a la Puebla de Benifasar (La Pobla de Benifasar, o lo del Mufasa). Era lunes, un lunes de agosto. Esperábamos encontrar un lugar donde hospedarnos y algún bar, fonda o restaurante donde poder cenar o tomar algo. Pero en La Pobla todo cierra los lunes, restaurantes, el hotel, la casa rural, y hasta el albergue permanece cerrado durante TODO AGOSTO! Quizá el mes que más visitantes potenciales tengan, no me parce una buena estrategia cerrar, pero es un pueblo pequeño, sus motivos tendrían. No desistimos en nuestro empeño de conseguir alojamiento y llamamos al teléfono del albergue pero no hubo suerte.

Nos vimos delante de un albergue cerrado, cansados y sin posibilidad de llegar al siguiente pueblo del cual no teníamos información, pero sabíamos que era incluso más pequeño que La Pobla, tampoco pensamos en volver sobre nuestros pasos, simplemente decidimos seguir un poquito más ese camino que se alejaba del pueblo y que nos había llevado a las puertas del albergue. Unas decenas de metros mas adelante a la izquierda del camino nacían unas escaleras que bajaban hasta un pequeño parque. El parque era alargado y no muy ancho, tenía mesas para usar de merendero y había una fuente, La font lluny la llamaban. Suponemos que se llama así porque no está cerca de ninguna casa del pueblo. Esa fuente tambien tenia un abrevadero y el agua se veía limpia y clara. Bajamos a inspeccionar detenidamene el parque y descubrimos un rincón, bajo el muro del camino pero por encima del parque. Oculto a la vista de los que paseaban por arriba y bajo la protección de un árbol. Además era casi plano, ideal para plantar una tienda de campaña, cosa que hicimos.

Decidimos pasar la noche ahí, teníamos de todo. Una mesa recia y buena con unos bancos igual de recios y buenos, dónde poder preparar una apetitosa cena con el camping gas, un buen lugar donde plantar la tienda y hasta nos atrevimos a ducharnos usando la fuente y el abrevadero, practicando un breve episodio de naturismo. El agua de la  fuente estaba helada pero era buenísima.

Mientras uno comenzó a preparar la cena el otro se aseaba y luego hicimos cambio. Cenamos con las últimas luces del día, lavamos los cacharros y recogimos todo. Al anochecer no tardamos en irnos a dormir. Nos costó conciliar el sueño, no por el agotamiento que teníamos, si no por la situación de haber plantado la tienda en un lugar, en el que suponemos que no se permitía la pernoctación con tienda. Fuera como fuese los dos caímos a los mundos oníricos. Al día siguiente nos esperaba otra dura etapa

08 mayo 2014

Anécdotas y curiosidades

Hola bicivoladores!

Como prometí voy a contar unas cuantas anécdotas que aún no he contado del viaje. Cosas sin importancia pero curiosas. Siento haber tardado pero he tenido problemas con el editor de vídeos. Que no es que haya un gran trabajo detrás, pero es que no encontraba ninguno que me funcionara.

  1. Bebí/compré agua en cada uno de los 5 países que visité (España, Francia, Mónaco, Italia, Ciudad de el Vaticano)
  2. Me salté al menos un semáforo en rojo en todos todos los países menos en uno. El Vaticano, por supuesto
  3.  En los primeros 10 kilómetros no podía con mi alma y estuve a punto de abandonar. Muy a punto.
  4. Al pesar la bolsa del remolque en el aeropuerto para facturarla, y habiendo dejado muchas cosas en el hotel (botella de gas, comida, botellas de agua...) pesaba 32 kg, sin la estructura del remolque
  5. En Roma tuve que comprar 3 cajas de cartón y construir con ellas una caja grande donde meter la bici y el remolque
  6. Dicha caja casi no cabía en el taxi-furgoneta que me tenía que llevar al aeropuerto y por poco me quedo en Roma.
  7. La última noche iba tan justo de dinero que la "dormí" el aeropuerto
  8. En las bajadas pasaba mucho miedo por si perdía el control, nunca me había pasado.
  9. En la segunda etapa hice 15 kilómetros de más porque me perdí varias veces.
  10. Se me ha olvidado subir  las fotos de la etapa 4, casi las más bonitas de todas.
  11. Violetta (la chica que me acogió en Grosseto) había estudiado con un amigo mio en Barcelona y no lo sabía hasta que no llegue a Barcelona.
  12. Encontré una bandera por la tierra de Liguria que aún no se de que región/ciudad es
  13. En Mónaco fue el único país donde no hablé con nadie. 
  14. La pieza que me sirvió para el apaño del remolque la metí en la bolsa por error. No debía llevarla conmigo.
  15. En la estación de tren de la spezia intentaron robarme la bicicleta.
  16. Solo pude lavar mi ropa en 2 ocasiones y una fue a mano. 
  17. Bebí algo más de 60 litros de agua que equivalen a un total de 60 kg en 13 días
  18. Muchos días llegaba tan tarde y tan cansado que mi cena eran galletas y zumo.
  19. No me quité el casco pedaleando en ningún momento.
Seguro que me dejo mucas pero estás son las que me vienen a la mente ahora.

Y si habéis llegado hasta aquí... LOS VÍDEOS!




                                         





                                         

                                       



25 abril 2014

DIA 13 TARQUINIA - ROMA



ETAPA 13 TARQUINIA - ROMA
(101,52km 4 horas 40 minutos)


Como siempre, me levanto con los primeros rayos de sol. La noche, la pasé durmiendo a ratos por los nervios. Hoy era el gran día. Hoy iba a llegar a Roma. Era algo consciente que de mucha gente me estaba siguiendo a través de las redes sociales y quería darles buenas noticias.

En tiempo récord me visto. Decido prescindir del culotte y hacer la etapa en modo espartano, con pantalones sin badana. Recojo el campamento y lo guardo todo en la bolsa del remolque. Hace fresco y me pongo una chaqueta que, combinada con mis pantalones cortos queda algo extraña. 

Desayuno galletas y medio plátano y emprendo la marcha. Me cuesta un rato arrancar. Las piernas aún se acuerdan de los 192 kilómetros. 

Con pequeños sube-bajas y largas rectas recorro los 24 kilómetros que me separan de Civitavecchia. Era un camino agradable, con vistas a algún parque natural, pero el mal estado del asfalto de esta secundaria carretera hacía que mis problemas con el túnel carpiano fueran a más. No lo he mencionado antes, pero desde la etapa 6 notaba como se me dormía parte de la mano izquierda. Y a estas alturas  el dedo indice y pulgar estaban acartonados desde hacía días. 

En los tramos en los que me daba el sol, la temperatura era agradable, pero a la sombra se notaba que el verano estaba tocando a su fin. Pese a todo la temperatura era de 23 grados. 

Entro a Civitavecchia cruzando su puerto de mercaderías. Doy una vuelta rápida por el centro de la ciudad buscando la forma de coger la SS1 Aurelia, me temo que desde aquí no hay otra manera de llegar a Roma. Justo antes de abandonar la ciudad decido parar a tomar un café. Veo un bar en el paseo marítimo con tres ciclistas de 70 años y me uno a ellos. Les cuento mi viaje, y que estoy próximo a acabarlo. Me dicen que me quedan 70-80 km para llegar, y que definitivamente tengo que ir por la Aurelia. Me invitan a ir con ellos. Les agradezco la oferta pero les digo que no podré seguirlos el ritmo. Se ríen, insisten en que vaya con ellos, que soy joven y ellos demasiado mayores. Yo les digo que ya he visto a suficientes viejos en bicicleta como para saber que pueden imponer un ritmo brutal. 

Al final no bebí café alguno y nos pusimos los cuatro rumbo a Roma. Me acompañaran un tramo de unos 30 kilómetros. Empezamos a un ritmo muy suave  de unos 17 km/h. De momento les sigo con facilidad. Ellos se van relevando en la cabeza sin dejarme opción a mi de tomar la delantera. La nacional parece más segura de lo que pensaba. Toman atajos por cada pueblo que pasamos dejando de lado la nacional para luego volver a ella. El ritmo de pedaleo iba "in crescendo", primero a 20, luego a 23, 25 y al final sobre los 30 km/h en llano y 26 km/h en las subidas. 

Les aguanto el tirón e incluso les ataco en algunas subidas, pero son orgullosos y empiezan a subir aún más el ritmo hasta los 33km/h. Durante 23 kilómetros les sigo a rueda pero empiezo a necesitar una pausa. Mientras pedaleo me quito la chaqueta, y un poco más adelante veo un puesto de venta de fruta y verdura. Decido despedirme de ellos y parar a beber algo fresco. El agua que compro resulta ser ligeramente "frizzante" pese a que en la etiqueta ponía natural.  Estos italianos...

Por la marcas kilométricas de la carretera  se que estoy a tan sólo 50 kilómetros de Roma. Se me pone la piel de gallina cuando veo ese letrero. Voy a buen ritmo, 26 km/h. Subiendo colinas cada vez mas altas van cayendo los kilómetros. Voy viendo las señales 45, 40, 35... cada vez que veo uno de esos carteles numéricos en la carretera me animo y me emociono. El final está cerca. ¡Lo voy a conseguir!

A la vez también soy muy consciente de que cada vez hay más tráfico y que es más peligroso. Hace falta mucha buena gente para que no te pase nada en la carretera, pero solo un subnormal para que todo se arruine. Y el subnormalismo está muy extendido. Mis precauciones cada vez que hay una salida o una incorporación a la nacional son máximas, llegándome a detener por completo si no lo veo claro. Quiero asegurarme de poder cruzar sin que me lleven por delante. A falta de 28 km, veo un McDonalds. No es que me apeteciera comer allí, pero había wifi gratis y ayer no había podido avisar a mi familia sobre mi paradero. Seguro estarían preocupados. Al final acabo comiéndome un bocadillo que solo sirven en la región de Lazio. Salgo de allí disfrutando de esos últimos 28 kilómetros pese a lo peligrosos que eran. El arcén está lleno de cosas que pueden hacer que pinche y los coches van rapidísimo. A falta de 11 kilómetros decido tomar la salida de la carretera. El peligro era máximo y, aunque tuviera que dar un pequeño rodeo, lo prefería a tener un accidente.

Tras la que sería la última subida, me incorporo a una carretera pequeña con mucho tráfico. Lenta pero segura. Pedaleo unos metros y entonces lo veo...

Veo el cartel, el GRAN cartel que pone: ROMA

Ahora si que tiemblo de emoción y casi se me saltan las lagrimas de alegría. Me pongo en pie en la bicicleta, alzo el puño izquierdo y comienzo a dar botes de felicidad encima de la bici.

Los conductores entienden mis gestos y pitan animándome. Es un momento espléndido. Aún no estoy en el centro, pero eso ya era Roma.  Y ya podía celebrarlo. 

En ese momento pienso en mis padres y mi hermano, en mis compañeros de viajes (VIctor, Moli, Dani, Robert) y en lo mucho que me gustaría que estuvieran allí esperándome por sorpresa para compartir ese momento de felicidad. La felicidad solo es absoluta cuando es compartida. Me gustaría llamarlos, pero tampoco puedo y eso me hace añorarlos un poco. Ya habrá tiempo de celebrarlo cuando los vea.

Empiezo a seguir, completamente al azar, grandes calles y avenidas. Subo 3 o 4 de las 7 colinas que rodean Roma (por lo menos jajaja). Callejeando aparece ante mis narices la Ciudad del Vaticano. 

Me bajo de la bici  y decido ir caminando hasta la plaza de San Pedro. Me encuentro con tres chicas españolas, de Bilbao que acaban de empezar un Erasmus y están tan o más perdidas que yo. Vamos juntos hacia el Vaticano. Les digo que vengo de Barcelona en bici, pero que eso para ellas, las bilbainas, era un paseo de domingo.

Un camarero me para y me pregunta de dónde vengo. Me da la bienvenida a Roma y me felicita por haberlo logrado. Recorro toda la plaza de San Pedro, me hago fotos, relleno mis botellas de agua de una fuente del Vaticano ¿Será agua bendita? Salgo de allí y pongo rumbo al centro. 

Paseando por Roma encuentro un punto wifi y me conecto con el ipod para hacer saber a todo el mundo que, por fin he llegado. Les dedico una foto y unas palabras por mi facebook y entonces, rompo a llorar a la vez que sonreía. 

En muchos momentos de este viaje las pasé canutas, otros los disfrute como un niño, pero aunque pedaleaba sólo nunca sentí que así fuera. Esta etapa se la dedico a todos aquellos que me seguían por medio de facebook, los que me escribían con frecuencia por whatsapp o sms, los que preguntaban por mi a mis padres. Fuisteis mi apoyo y fuerza en los momentos en que pensaba que no podía más. Vuestras palabras y ánimos empujaban la bicicleta con la fuerza que mis piernas no podían. Gracias a todos. 

Seguía llorando y riendo a la vez. Era tremendamente feliz. Decido comer en una pizzeria (¿sorprendidos?) en la que ya había comido años atrás cuando estuve en Roma con mi familia. 

Paso por Plaza Navona, por Plaza Venecia, el castillo de Quirinale, por el foro romano pero no encuentro el maldito coliseo. Decido subir una colina, y desde lo alto veo el foro romano de nuevo y el coliseo al fondo. Bajo de la colina por las escaleras del "altare della Patria" dando mucho la nota, pero me da igual. Me siento poderoso pedaleando por allí, con mi bici, mi remolque y el empedrado. 

Una vez en el coliseo vuelvo a sorprenderme de lo grande y bonito que es. Conozco a un par de azafatas de una aerolinea de Hong Kong que me hacen la mejor foto de todo el viaje. Luego para mi sorpresa, sacan una polaroid del bolso y nos hacemos un Selfie. Me regalan la foto de la polaroid. Son muy divertidas.

Encuentro un hotel bien de precio cerca de la estación central de trenes. Tenían un espacio grande y seguro para mi bici.

Y aquí, queridos bicivoladores, es donde acaba mi aventura del verano del 2013. Que pese a todo lo que viví, puedo asegurar que fue un camino de Roses a Roma. 










 El río Tiber



















Y si habéis llegado hasta aquí, en la próxima entrada pondré los vídeos y una extensa lista de curiosidades del viaje


DIA 12 GROSSETTO - (en mitad de ningún lugar)

ETAPA 12  GROSSETO - camping solitario
(96km 4 horas 53 minutos)

Me levanté más pronto de lo que me hubiera gustado, pero Violetta me dijo que tenía que coger un tren a las 7.30, y acordamos desayunar juntos. A las 6.45 lo tenía todo listo, pero ella seguía durmiendo. No sabía a que hora había vuelto a casa anoche, creo que ni un concierto de heavy metal me habría despertado. 
No me atreví a entrar a su habitación y despertarla. Estuve esperando hasta casi las 8, y al ver que no se levantaba tuve que partir. Le dejé una nota y me fui. 

En la calle monto la rueda, y el remolque a la bici. Con el arreglo que le hice el día anterior para soltarlo del eje, quedaba hasta mejor enganchado. Si lo llego a saber lo hago antes. 

Son las 8.15 cuando empiezo a dar vueltas por Grossetto hasta dar con la dirección correcta. Intentaba buscar esos caminos que el amigo de Violetta me había recomendado la noche anterior, dirección Montiano.

Tras perderme ligeramente en el nudo de salida consigo dar con la dirección correcta. Lloviznea durante 5 minutos, tiempo necesario para que el dios de la lluvia recuerde nuestro pacto y la detenga.  El camino empieza a subir y continúa así durante 6 kilómetros. Mi reserva de agua está en las últimas y paso un pequeño mal rato durante la ascensión. Las piernas no respondían, las notaba muy cansadas. Tras la subida, una pequeña bajada y un buen llano, en el que puedo ver ciervos, me llevan a Montegio. El pueblo está situado en lo alto de la colina, pero la carretera por donde voy seguía recta rodeando el pueblo. Veo casas pegadas a la carretera, parece que no tendré que subir. Estoy de suerte, encuentro un albergue, aunque parece estar cerrado. Como no llevo agua y eso me desespera, decido entrar. Dentro una señora bastante mayor me vende una botella de agua por 35 céntimos, que era el efectivo que me quedaba. Le prometo que subiré al pueblo a sacar dinero y bajaré a pagarle el resto. 

Una rampa del 25% de desnivel me lleva hasta las murallas de Montegio. Encuentro el bancomat y una vez con euros en mi bolsillo relleno provisiones. Galletas, plátanos, manzanas y algo de pasta. De vuelta en el albergue encuentro tras el mostrador a un señor. Le pago el agua, compro otra botella y también una Fanta. Mientras me la bebo miro un gran mapa que tiene colgado en la pared. Le explico al hombre mi ruta planificada y en seguida me corrige. El camino que yo quería tomar se desviaba demasiado por el interior, el me manda hacia la costa. Decido hacerle caso. 

Voy perdiendo altura muy rápido. En la bajada encuentro a una pareja Checa en bicicleta y mirando un mapa. Me paro a saludar y a ayudarles. Les indico en que punto del mapa estamos en ese momento y a dónde les va a llevar esa carretera. Sigo mi camino llaneando y con algunos toboganes. 

La temperatura sube pero el sol no aprieta tanto como días anteriores. Una ligera brisa hace que el día sea perfecto para los ciclistas. Pese a todo, me notaba agotado. Sigo las señales de la carretera que me llevan hasta el siguiente pueblo, Orbetello. De repente, mi tranquila carretera terciaria muere y aparece la SS1 Aurelia. 

Pregunto en una tienda de bicis que está pegada a la carretera si puedo pedalear por la Aurelia en ese tramo, hasta la primera salida. Me informan que si pueden ir ciclistas. No tardo nada en abandonar la carretera nacional y volver a las tranquilas y pequeñas redes secundarias. Según el GPS hay una vía asfaltada que va paralela a la Aurelia y pegada a las vías del tren.

Se me hace durísimo pedalear. Tan solo llevo 60 kilómetros y estoy rendido. Consigo llegar a Ansedonia. Ansedonia podría catalogarse como urbanización más que como pueblo. Las casas son enormes y bien cuidadas. La mayoría, más que casas son mansiones. Está situada en un pequeño peñón, y pensando que tendría salida doy toda una vuelta a la colina para acabar en el mismo sitio. Con una subida de regalo para mis piernas. 

A duras penas consigo llegar a Capalbio. En teoría la carretera va pegada a un lago y a las vías del tren. No se si fue fruto del agotamiento pero yo solo veía las vías del tren y ni rastro del lago. Una vez en Capalbio, paro a comer en el primer sitio que veo. Solo pueden servirme bocadillos fríos. No me apetecen nada, pero es el único sitio que he visto en toda la etapa y la carretera no pasaba por demasiados pueblos. Además necesitaba un descanso. Me como 2 bocadillos de salami, bastante pequeños, y un gatorade. Luego en la misma plaza dónde estaba el bar me tumbo en un banco, abrazo mi bolsa y me pongo a dormir.

No dormí mucho pero me sentó bien. Cuando volví a ponerme en marcha, me di cuenta que mi ritmo de pedaleadas era malo. Me costaba demasiado avanzar, pienso que es porque aún estoy con la digestión y sigo un rato más, hasta Montalto di Castro. Allí tuve que coger de nuevo la SS1. No me gustaba nada pedalear por la nacional, pero era mi única opción. Durante 15 agotadores kilómetros, lidiando con algunos despistados que me pitaban por pedalear por allí, abandono la nacional guiado por mi GPS. No creía que seguir por la carretera estando tan cansado fuera una buena idea, un mínimo despiste y adiós al viaje. 

 La siguiente ciudad era Tarquinia que me quedaba a 11 kilómetros, la estaba viendo ya. Desde Tarquinia solo 10 kilómetros me separarían de mi meta, Civitavecchia. El desvío que he tomado me lleva por medio de la nada. Absoluta nada. Una verja abierta indica que hay un camping a 1 kilómetro. Estando como estaba, ni mental ni físicamente podía llegar a Tarquinia. Me rindo. 

Cruzo la puerta y durante un kilómetro en el que solo hay tierras yermas a ambos lados llego a una gran pineda. Allí estaba el camping. 

Pregunto por el precio de una noche, 26 euros. Carísimo, un robo, una estafa. En mi, cada día más perfecto italiano, le digo: " E' molto costoso, ma io sono molto stanco" (Es muy caro, pero estoy muy cansado). Ella me indica que está de acuerdo conmigo en que es caro. Me dice que kilómetros atrás hay otro camping, pero pongo mi mejor cara de abatimiento y le repito que estoy muy cansado, que no puedo dar un pedal más (Quizá si podía pero me negaba a volver atrás). Saco mi dinero de plástico y mi DNI. Me prepara el papeleo y pone mi tarjeta en el datáfono (maquina de cobrar). Me la entrega para que ponga el PIN. En la pantalla de la máquina veo 12 €. Manteniendo mi cara de cansancio, sonrío. La miro a ella, sonríe picaramente. Actuación brillante la mía. Le doy mil veces las gracias y un compañero suyo me indica el lugar en el que puedo plantar mi tienda. 

Acampo y me voy derecho a las duchas, pero de camino, veo letreros que indican el camino a la playa. El día, con esos primeros vientos frescos de mitades de septiembre, no es muy propicio para bañarse. Pero siempre es bueno relajarse tumbado en la arena escuchando el romper de las olas contra la tierra. 

Cuando empiezo a tener frío, dejo la playa y me voy a las duchas. Me habían prometido una inexistente agua caliente, pero me da igual. El agua fría le vendrá bien a mis piernas.

Una vez limpito, vuelvo a la tienda, cojo mi libreta y me voy al bar del camping. Allí conozco a Georgia, la bartender. Hablamos sobre mi viaje y el libro que ella está leyendo "el arte de no decir la verdad" 

Sentados en la terraza del bar, charlamos en los ratos en que no tiene que atender a nadie. Cuando se tiene que ir, voy escribiendo el diario. 

Al rato, se nos une una chica en silla de ruedas y con problemas en el habla. Hablamos un buen rato los 3. Cada vez entiendo mejor el italiano (lo voy "capiscando" jajajaja). Cuando empezó a venir mucha gente al bar, deje a Georgia haciendo su trabajo y me fui a dormir hasta las 23. 

Había una fiesta montada para los únicos ocupantes del camping a parte de mi. Era un grupo de gente discapacitada, jóvenes la mayoría. Me acerco a la jarana, pero me siento como el "raro". Me siento en el bar de nuevo y acabo de escribir el diario. Son las 12 de la noche, vuelvo a la tienda donde ceno y  me acuesto.

Esta etapa se la dedico a mi amigo italiano Jacopo. Me acordé mucho de ti durante todo mi viaje por Italia. Y tenías toda la razón del mundo cuando me dijiste que el norte de tu país es maravilloso. Algún día subiré a los alpes pasando por tu pueblo y por el paso del Stelvio, tenlo claro!!



Estaba tan cansado que no hice ni fotos. 





22 abril 2014

DIA 11 VIARREGIO - GROSSETO


ETAPA 11 VIARREGIO - GROSSETO
(192,37 km - 8 horas 41 minutos)  (los últimos 100 en 4 horas 51 minutos)


Me levanté rápido y emocionado. Me hacía mucha ilusión llegar a Pisa y hacerme fotos allí. Recogí en un momento, me enfundé el maillot de ciclista y me puse mis cremas para la espalda y las piernas. 

Solo comí una barrita de cereales y un bote de jalea real de "emergencia" que me quedaba. La señora del hostal tardó un poco en salir pero pude despedirme de ella y darle las gracias por todo. 

Eran las 6.58, el sol justo empezaba a despuntar, perfecto, podría aprovechar todo el tiempo de luz disponible. El camino seguía la tónica del día anterior, llanísimo. En un momento salí de Viarregio.  En la pantalla del GPS veía que si me desviaba un kilómetro llegaba a un lago enorme que se llamaba Puccini. Estaba a su vez muy indicado en todos los desvíos y decidí que tenía que ser un lugar digno de visitar. Ya no sentía las prisas por llegar a ningún sitio de los días anteriores, tal vez por que Grosseto, mi destino planeado, estaba a 200 km de distancia y sabía que era imposible que llegara.

 El paisaje que vi al llegar al lago, sin ningún turista todavía, fue conmovedor. Daban ganas de coger un kayak y ponerse a remar. Lástima que al no haber nadie, tampoco me pudieron hacer una foto. 

Volví a mi ruta y vi que la Vecchia Aurelia aún seguía siendo mi principal ruta destino Roma. Antes de darme cuenta llegué al centro de Pisa.  Hubo un pequeño momento de tensión en una rotonda tan saturada de tráfico, que nadie se aventuraba a adentrarse en ella. Todos debían ceder el paso y nadie entraba. Y yo, siendo el vehículo más débil entré, cagado de miedo, y la crucé sin problemas. 

Casi me paso la entrada a la Piazza del Duomo, Pisa es muy pequeña. Cuando crucé las murallas que envuelven la Piazza y vi delante de mi el Duomo, los jardines y la torre inclinada sentí una satisfacción tremenda de haber llegado hasta allí, en bici. Por primera vez durante el viaje fui consciente de que empezaba a estar lejos de casa. 

Me bajé de la bici y recorrí todos los jardines a  pie. Había mucha gente haciendo yoga y posturas raras frente a la torre. Ay que ver que deportistas eran todos aquí. Hice muchas fotos, y también conseguí que me las hicieran. El lugar era increíble, había acertado plenamente el día anterior en parar antes de llegar aquí para poder ver esto con la luz del día.

Retomé el camino por la Aurelia, volviendo a pasar por la peligrosa rotonda, igual de saturada que antes. Mi próxima para era Livorno. La carretera cruzaba una llanura plagada de naves industriales y allí encontré un viejo enemigo, el viento. 

Me minaba mucho la moral pedalear con viento en contra, lo había pasado fatal en las marismas de Francia y no quería volver a pasar por lo mismo. Desanimado, me estaba costando llegar a Livorno. Me puse la excusa de que no había desayunado para poder parar en un bar de carretera a desayunar. Un café exquisito y un par de pastas harían de buen sustento hasta la hora de comer. 

Más animado conseguí llegar a Livorno. Con las experiencias anteriores en grandes ciudades, decidí no cruzar por el centro de Livorno y rodearla para no perder tanto tiempo. Con la ayuda del GPS y los carteles seguí el camino de la Vecchia Aurelia, que dejó de ser la perfecta nacional con un carril para cada sentido y un arcén considerable, para ser una gran carretera de 3 o más carriles para cada sentidos, separados por una mediana y sin arcén. No era peligroso pedalear por allí, era temerario, un suicidio. Además muchos coches me pitaban al adelantarme y no entendía porqué. Intenté que eso no afectara más a mis nervios, pero si lo hacía. 

Al cabo de un par de kilómetros vi un apartadero y decidí parar para descasar por la tensión acumulada. Allí había un coche parado y un señor mayor fuera de el. Se acercó a mi, algo alterado y me dijo muy educadamente que era un suicidio pedalear por allí en bici, que saliera en cuanto pudiera, además que estaba prohibido para bicicletas esa carretera. Le dije que no había visto ninguna señal que lo prohibiera, pero que tenía razón y quería salir de allí enseguida. Me dijo que me había adelantado y simplemente había parado para advertirme del peligro. Un gesto muy bonito y desinteresado. 

Seguí dando pedales lo más rápido que podía para llegar a la primera salida. Cada vez que me adelantaba un camión mis piernas y mis brazos temblaban, el arcén era minúsculo. Logré llegar a una salida, la de Livorno sur. Con un riesgo elevado había cumplido mi objetivo de no liarme demasiado por las calles de Livorno. 

En ese momento, a mi cerebro le dio por rescatar una preocupación escondida en un rincón de mi mente. El momento en el que tuviera que desmontar el remolque para facturarlo hacia Barcelona. Necesitaba un par de llaves fijas que no llevaba conmigo y también un buen destornillador, no me servía el de la "multiallen". Dando vueltas por las afueras de Livorno buscando un Decathlon que no paraban de anunciar, encontré un Leroy Merlin. Até mi bici y entré a comprar un las llaves. Para no equivocarme, y como eran pequeñas y ligeras, compré varios tamaños. Volví a acertar en mi decisión. 

De vuelta a la bici y a la carretera, llegué a un cruce de caminos de la SP5. No podía seguir de frente. O me metía de lleno en Livorno o bien me desviaba hacia el interior de la Toscana. No recuerdo bien el porque, pero cogí el desvío al interior. La carretera discurría por un valle y empezaba a subir poco a poco. El calor y el cansancio acumulado por las cuestas de las Cinque Terre del día anterior empezó a hacer presencia en mi cuerpo. Un par de ciclistas me adelantaron. Para no agobiarme hacía pequeñas paradas que me ayudaban a coger aire y fuerzas. Por suerte, tengo una gran capacidad de recuperación y pude seguir sin demasiado problemas. La subida empezaba a hacerse más dura a cada kilómetro y el calor más agobiante. El paisaje de la Toscana, con las verdes lomas y el cielo completamente azul y despejado me ayudaba a no pensar en el cansancio ni en el calor. Quizá si hubiera tomado la otra dirección en el desvío hubiera sido más fácil, pero me habría perdido muchos lugares. En uno de estos prados, me cruce con un bicivolador en bici de BMX de montaña. Me hizo gracia porque no pegaba demasiado en ese lugar. El camino seguía subiendo cada vez más y los arboles que me proporcionaba una refrescante sombra eran cada vez menos. Estaba dando una vuelta grande, y además dura. 

Con paciencia y paradas continuas, llegué a la cima de la carretera y con gran consuelo para mis piernas, el camino empezaba a bajar, y bajar fuerte. Pasé por un pueblo en el que ni paré. Gabbro. Me pareció acogedor y bonito, pero me cortaba la dinámica de la bajada y ahora estaba disfrutando. 

Siguiendo la pequeña carretera llegué a una más grande la SS Emilia. El sol estaba en su cénit y calentaba de lo lindo. Los campos habían dejado de estar verdes y pasaban a ser yermas extensiones de tierra aradas. El firme de la carretera estaba en muy mal estado y había muchos camiones. Pero pese a todo se pedaleaba a gusto. A lo lejos vi un restaurante de carretera con una terraza a la sombra, mi cuerpo deshidratado me pidió parar a tomar algo fresquito. Tranquilamente me tomé mi media hora bebiendo una Fanta y un Aquarius. 

Emprendí la marcha muy descansado y con ganas. A muy buen ritmo, unos 30 km/h, llegué animado al punto donde Via Emilia se cruzaba con mi maravillosa Vecchia Aurelia. Miré el reloj, era la 13.30, hora perfecta para comer. Miré los kilómetros que llevaba recorridos 93! Increíble. Luego miré en el GPS la distáncia que me separaba de Grossetto, unos 100km. Mi cuerpo asimiló el dato con pasividad. Seguía decidido a pedalear hasta donde pudiera y para cuando el cuerpo, y la visibilidad lo aconsejaran. Llegue a un pueblo llamado Cecina, que mejor lugar en el que comer que un pueblo con nombre de comida. Vi un bar pequeño con Menú a buen precio. Pedí, para variar, una pizza, pero me indicaron que solo la servían por la noche. Entonces elegí ensalada y Lasaña. Todo exquisito, el trozo de Lasaña inmenso. Les pregunté cual era el mejor camino para llegar a Grossetto. Me preguntaron por mi viaje y se interesaron mucho. Salieron a ver la bici, hasta uno de ellos se sentó conmigo. Les conté mis problemas con la carretera en Livorno, y me dijeron que ya podía volver a pedalear por la Aurelia. Me alegré muchísimo. Me aconsejaron desviarme aún más hacia la costa para cruzar una peciosa pineda. Pero les dije que no creía que lo hiciera. Me invitaron a café y me despedí de ellos.

Encontré la Vecchia Aurelia rápidamente. Volvía a ser la pequeña carretera con un carril para cada sentido y cubierta de plataneros que daban muy buena sombra. Descansado y con el estómago lleno empecé a dar pedales a más de 30 km/h. El ritmo era acojonante para llevar casi 100 kilómetros, con un puertecito, a mis espaldas. Transcurridos los primeros 30 kilómetros llegué a un pueblo dónde vi una heladería, y me pareció un estupendo postre. Disfruté de un portentoso helado de "nocciola" y rellené mis existencias de agua.

Tras esta breve pausa volví a subir a la bici, y seguía volando por tierras de la toscana. El ritmo era alto, más de 30km/h con picos de 40. Teniendo en cuenta la cantidad de kilómetros acumulados ese dia, en el total de la ruta y el peso del remolque, aquello me parecía una proeza. 

Como ya os he explicado otras veces, me marcaba siempre pequeñas metas que me ayudaran mentalmente a seguir adelante. Cuando salí de comer dije, venga voy a ver si llego a 80 km de Grosseto, cosa que cumplí cuando me comí el helado. Luego me dije, venga a ver si me quedo a 60 km... y así, junto con el pedazo de velocidad media que llevaba, fui cumpliendo esas metas fácilmente. La moral se me puso por las nubes. Llevaba más de 40 km sin bajar ese ritmo y cada vez me acercaba más a Grossetto. Cada vez que veía un cartel de los kilómetros que me faltaban, mis ánimos crecían. La carretera era ideal, cruzaba extensas campiñas con masías preciosas. Caminos perfectamente cuidados, delimitados por cipreses altísimos y muy bien cuidados comunicaban estas con la carretera. La estampa era la que yo esperaba de la Toscana. Además el sol ya había empezado a bajar, estaba en su punto idóneo para completar la postal en la que me estaba metiendo. 

En uno de estos caminos vi un ciclista de carretera parado en el arcén. Como era costumbre en este viaje paré a preguntar si le podía ayudar en algo. El me dijo que no, que vivía allí en esa masía y simplemente estaba cambiando su calzado (el que no usaba lo dejaba en la propia cuneta) para salir en bici. Me despedí lanzándole el pequeño reto de darme caza en cuanto se pusiera en marcha, y así lo hizo.
Se puso a mi altura y empezamos a hablar. Le conté mi viaje, me dijo que hablaba un poco de español, lo justo para decirme que estaba loco por hacer semejante viaje. Yo le dije que el un poco también por venir de trabajar, coger la bici e irse a las montañas que teníamos a nuestro lado. Todo esto mientras pedaleabamos a 35 km/hm, el con su bici de carbono y yo con toda la parafernalia. Entiendo que se asombrase.

Cuando nos separamos volví a mirar el GPS quedaban 50 kilometros para Grosseto y creo recordar que eran la 17.30 o las 18.00. Hice un calculo rápido y viendo el ritmo que llevaba, y las horas de sol que me quedaban por delante, fue la primera vez que pensé realmente que llegar allí era posible. Aunque llevaba más de 130 kilómetros ese dia, me sentía perfecto, no me dolía nada.

Un poco más adelante paré en una gasolinera para descansar. Llevaba pedaleando 50 kilómetros sin parar y necesitaba algo de sombra. Me tumbé 15 minutos a la sombra, luego estiré bien los músculos y continué. En pocos kilómetros vi una señal que indicaba que quedaban 30 kilómetros para Grosseto. Aquí la carretera dejó de ser la cuasi perfecta linea recta que venía siendo y empezo a serpentear entre las campiñas, las vias de tren y la autopista. El paisaje seguía siendo maravilloso, pero esto de dar tantas vueltas y curvas me desanimaba un poco. No paraba de mirar el GPS para ver cuánto me faltaba para llegar. El sol empezaba a querer ponerse, aunque yo calculaba que aun me quedaba algo más de una hora de luz.

Cuando me quedaban 20 kilómetros la estupenda Vecchia Aurelia se esfumó y me tocaba cruzar de alguna manera una autopista. Tuve que dar un pequeño rodeo para encontrar un puente que salvara la autopista. El cansancio acumulado apareció de golpe. Junto con el dolor en el culo. Ya al otro lado de la autopista y pese a que aún avanzaba a 27 km/h los últimos 10 kilómetros que me separaban  de Grosseto empezó mi calvario.

Se me hicieron eternos. Veía la ciudad al fondo pero nunca conseguía llegar. Era casi de noche, estaba reventado. Con mucho esfuerzo, ofreciendo a mis piernas toda la energía que me quedaba llegúe a las afueras de Grosseto. Me pare a preguntarle a un hombre como llegar al centro, pero sus indicaciones, aunque me las repitió tre veces, no las entendí del todo.

Dos días atras, cuando aún tenía móvil, escribí a una chica que me ofrecía la posibildad de dormir en su sofá. Quedamos en que la avisaría el dia antes de llegar o la mañana del día de mi llegada. Pero por razones obvias no pude hacerlo. Tuve la precaución de apuntar su teléfono en la libreta, pero no su dirección. Busque un cajero, luego una cabina telefónica, algo raro en estos días, pero la encontré. Eran las 20.30 cuando la llamé y tuve la grandiosa suerte de que contestara. Se sorprendió un poco por mi llamada, pero más aún cuando le dije que ya estaba en Grosseto. Le dije que no tenía móvil y me disculpé por no avisarla con antelación como acordamos. Pese a todo se mostró receptiva y amable a ayudarme. Quedamos en el centro del pueblo, en el caso antiguo. Me costó llegar, es más difícil orientarse sin luz. Pero al final dí con la dirección. Enseguida me reconoció. Estaba acompañada por sus amigos. Enseguida me propusieron unirme a su plan para la cena, que consistía en una BBQ. Le dije que estaba muy cansado, que quería ducharme y luego decidiría. Violetta, así se llamaba ella, y un amigo suyo me acompañaron hasta su casa. Tuve que aparcar a mi pequeña en la calle, me aseguraron que podía estar tranquilo, pero yo nunca lo estoy cuando la dejo en la calle. Le quité el sillín y la rueda delantera. Las luces, y casi todo lo que pudieran llevarse. Cuando fui a desmontar el remolque. No pude, se había quedado completamente atascado, asi que tambien saqué la rueda trasera y subí todo arriba, no había ascensor.

Una vez en el piso me presentaron a la hermana de Violetta, y me enseñaron el piso. Volvieron a insistir en la BBQ, les dije que me lo pensaría. Violetta y su amigo se fueron a comprar la cena y yo pude desencajar el remolque de la rueda con mucho esfuerzo. Luego, sucio y cansado me fui a la ducha.

Me puse mis mejores galas, mi pantalón megacorto y una camiseta que hacia las veces de pijama. Unas pintas estupendas. Le pregunté a Olivia si ella también iba a cenar o se quedaba en casa. Ella también iba a cenar. Me apetecía ir, y a día de hoy pienso que debería haber ido, pero no quería que pasara lo mismo que me paso en La Ciotat con Jorgen y morirme de sueño una vez cenado, y convertirme en una carga. Se lo expliqué a Violetta y lo entendió perfectamente. Me supo mal pero en ese momento era lo que me pedía el cuerpo.

Les pedí que me recomendaran un sitio dónde cenar y me llevaron a una pizzeria  cercana. Me aseguraron que era muy buena y era verdad. De camino al restaurante, el amigo de Violetta me preguntó por mi ruta del día siguiente y me informó que la Aurelia volvía a ser intransitable para bicicletas. Me aconsejó que caminos tomar, ya que el también hacía rutas en bicicleta y estaba muy al tanto de todo. Sus consejos me fueron de lo más útil al día siguiente.

Entre a la pizzería, había bastante gente, pero me atendieron enseguida. En la carta vi algo que me llamó la atención. Pizzas de medio metro. ¿Adivináis que pedí verdad? Mi mesa estaba situada delante del obrador donde  hacían la masa y la pizza. Observe fascinado todo el proceso de creación de la megapizza. Mientras estaba en el horno, saque mi cuentakilómetros y mi diario y empecé a escribir.

Había recorrido un total de 193 kilómetros, todo un récord personal, pero no solo eso, la velocidad con la que había volado por los últimos 100 era digna de admirar. Empecé a escribir el diario y la camarera, dueña y mujer del cocinero jefe se acercó a preguntarme. Como ya era casi costumbre, le conté mis aventuras. Llamó a su marido y los 2 ecucharon atentamente mis relatos y se sorprendieron. Querían ver la bici y el remolque pero se decepcionaron al saber que no la tenía aparcada fuera. También les dije que me habían hablado muy bien de su local. Me sirvieron la pizza, la devoré mientras acababa de escribir el diario. Sin darme cuenta acabe fácilmente con toda la pizza. Cuando le pedí la cuenta la señora apareció con un bol de uvas que me regaló. No me gustan las uvas, y me las comí todas. Los casi 200 kilómetros hechos solo con una barrita, unas pastas, una lasaña y un helado, hacían que ahora mismo me comiera casi cualquier cosa. Salí contento y con sueño de la pizzeria, pero quise ver otra vez el centro amurallado de Grosseto. Me pareció una de las ciudades más bonitas de Italia. Pasé por delante de una heladería artesanal y no me pude contener. Me compre una tulipa de 5 sabores, 5 sabores que me costó decidir. No recuerdo los otros 4 pero si recuerdo el sabor de nutella. Es el mejor helado que he comida en toda mi vida. Me hubiera casado con el, para poder tener hijos en forma de heladito de nutella y comermelos una y otra y otra vez. Saboreé cada cucharada de ese sabor, como si fuera algo bendecido por los dioses. Estoy seguro que lo era. 


Mi memoria fotográfica me ayudó a volver a casa de Olivia y Violetta. La bici seguía allí y me quedé más tranquilo. Una vez arriba. Me conecté un rato al facebook para avisar a mis seguidores y familia de que estaba bien, y de que hoy había hecho una proeza que ni yo me creía.

En menos de 5 minutos me quedé dormido. Había sido un laaaargo día.

Esta etapa la quiero dedicar a mucha gente. Tuve tiempo de acordarme de casi todos.

- A todos mis compañeros "Carreteros" porque pensé que si os hubiera pillado por ahí pedaleando en este día os habría metido caña

- A Violetta por acogerme en su casa y ser tan hospitalaria, te debo un desayuno!!!

- A Manu "joder" por hacer que volviera a coger la bici después de mi grave accidente.


  

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